Por María Martíni
Clarisa se levantó exaltada ese día. Extrañamente, no podía recordar qué había soñado, sin embargo, la sensación remanente de temor permanecía en su cuerpo inundándolo todo. Hacía mucho tiempo que algo así no sucedía, ya que ella sabía muy bien cómo controlar sus sueños. Aquello que muchos llaman sueños lúcidos eran una realidad para ella, siempre que ponía su mente en ello, al acostarse a dormir podía controlar lo que soñaba, incluso, llegaba al punto de poder hacerle preguntas a las personas y entes que veía en sus sueños. Parece un ejercicio un poco tonto, pensaba, puesto que inherentemente, la persona que estaría respondiendo era ella misma, o mejor dicho, su inconsciente.
Una vez en uno de sus tantos sueños, se encontraba en un campo verde lleno de tulipanes, y en el centro se vislumbraba la figura de un hombre, en su curiosidad, por supuesto, se acercó a él, no obstante, a pesar de que intentaba llamarlo y hablarle, la figura nunca volteaba. Clarisa se había vuelto muy buena controlando los ambientes, pero de vez en cuando le costaba trabajo controlar a las personas que se encontraba en sus sueños. A veces lo lograba, otras veces como esta, no pudo hacerlo. Siempre que pasaba esto, al levantarse ella se quedaba pensando por qué había rincones y cosas de sus sueños que no podía controlar, ¿qué le ocultaba su mente o de qué la protegía?
Ella pensó por mucho tiempo en esta pregunta, sobre todo en aquella mañana en la que no podía recordar su sueño. Quizás es mejor así, para qué recordar lo que quiere ser olvidado. Su rutina era casi siempre la misma, desde la pandemia trabajaba desde casa, casi más de 9 horas las invertía en su computador, y las pequeñas pausas que hacía, eran más necesarias que por gusto. Debía limpiar la casa, hacer el almuerzo, regar sus plantas. Todo era muy rutinario y orientado a tareas que no servían un propósito más allá que subsistir. El único momento que consideraba suyo era la noche, cuando todo estaba hecho, ella podía relajarse y pensar sólo en ella, en sus deseos y rituales.
Dado que Clarisa sabía de su propensión a soñar lúcidamente, había investigado lo suficiente para amplificar el efecto y hacerlo más vívido, de hecho, su último fin era poder realizar un viaje astral. Desprenderse de su cuerpo, viajar por el mundo, sin el peso terrenal. En lo que había leído y visto, el ritual más común para potenciar sus sueños lúcidos y posteriormente hacer un viaje astral era:
Mantener y rellenar un diario de sueños: apuntar palabras claves de los sueños que se han tenido, y narrar lo que pudiese recordar de la experiencia onírica.
Relajar el cuerpo, vaciar la mente.
Visualizar el objetivo, el deseo de hacer ese viaje, verse fuera de sí.
Una vez dentro del sueño, buscar señales oníricas para verificar que se está dentro del sueño y que no se trata de la realidad: contar los dedos de sus manos, saltar, verificar modificaciones a la realidad.
Tras haber realizado todos los pasos, Clarisa sabía que se encontraba nuevamente en uno de sus sueños lúcidos. Sentía un poco de decepción porque no sabía muy bien qué más podía hacer para lograr su viaje astral. De lo que había leído, sucedía de forma natural, y aquellas personas que soñaban lúcidamente están a tan solo un paso de lograrlo, ¿qué faltaba para que ella pudiese hacerlo?
Dejando su frustración de lado, Clarisa notó que se encontraba nuevamente en el campo verde de tulipanes, pero la figura no se encontraba allí. En su curiosidad y sin más por hacer, Clarisa caminó por ese campo hasta llegar al final donde a unos cuantos pasos se encontraba un bosque, que contraste tan extraño, pensaba, el campo verde y vibrante al lado de un bosque oscuro y desolado. Se sentía tan solitario, Clarisa intentó controlar su sueño, imaginar animales, personas, pero este sueño no parecía moldearse a su voluntad. Al cansarse de intentar incesantemente de cambiar su realidad onírica y no lograrlo, decidió seguir adelante y adentrarse en el bosque. Caminó por lo que se sintió como mucho tiempo hasta que pudo vislumbrar un pozo de adobe en el horizonte.
Se acercó, y por alguna razón que no podía comprender, sentía la imperiosa necesidad mirar qué se encontraba dentro, sin saber que al mirar ese abismo, el abismo la vería de vuelta, y le impactaría tanto lo visto que de la sorpresa se resbalaría y caería. Parecía ser un pozo muy profundo, Clarisa no sabía por cuánto tiempo había estado cayendo, cuando de repente toda la oscuridad se transformó en una luz cegadora, sintió un tirón muy fuerte y cuando pudo incorporarse nuevamente, lo primero que pudo ver fue su cuerpo debajo de ella durmiendo tranquilamente, no lo podía creer, lo había logrado, su primer viaje astral había comenzado.
Siendo que esta era la primera vez que Clarisa lograba su objetivo, quería ser precavida, y no aventurarse tan lejos. Mientras pensaba en su destino, notó que un pequeño hilo dorado y muy luminoso la ataba a su cuerpo, este hilo se desprendía de su ombligo, parecía un hilo tenue, pero no parecía fácil de romper. Intentó salir de su apartamento, ir por las calles, notó que entre más lejos se encontraba, ese hilo se hacía más fino, sin lugar a dudas, tenía que ser cuidadosa de no alejarse demasiado.
Estaba muy emocionada, pero no estaba segura de qué hacer, si se alejaba mucho de su cuerpo tenía miedo de perderlo. Dicen que los espíritus que rondan este mundo y que tienen asuntos sin finalizar, siempre buscan un receptáculo vacío para aferrarse a la vida, y las almas que se alejan de su cuerpo corren el riesgo de perderlo si toman mucho tiempo en regresar o van demasiado lejos.
Mientras se encontraba ensimismada en sus pensamientos, Clarisa escuchó el ruido de unos pasos que se acercaban, al fijarse se dio cuenta de que los pasos pertenecían a la misma figura de sus sueños, ahora Clarisa lo entendía, esta figura no hacía parte de sus sueños lúcidos como tal, sino era una premonición. Se quedó mirando fijamente a la figura que se acomodó en la mitad de un callejón. Como era tan tarde en la noche, la oscuridad tapaba casi todo y la figura era imperceptible, pero Clarisa sabía que se trataba de un hombre en sus cuarentas, alto y robusto, de pelo negro y con facciones toscas.
Ella sabía que no era sostenible quedarse más tiempo observando al hombre, se hacía tarde y quizás lo mejor sería regresar a su cuerpo. Cuando se encontraba trazando el camino de vuelta, Clarisa notó que había una chica que parecía seguir el camino por el que se encontraba el hombre. Sin entender muy bien el por qué, Clarisa sintió mucha angustia, no podía dejar que esta chica se cruzara con este hombre, sentía que debía detenerlo. Su angustia fue tan profunda que retornó lo más rápido que pudo a su cuerpo. Se levantó, tomó unos tenis que tenía en la entrada de la puerta de su casa, las llaves y una botella de vino vacía que había dejado para el reciclaje.
Corrió y corrió como loca por los callejones hasta que llegó donde recordaba que estaba el hombre. Su corazonada no le había mentido, este hombre se encontraba encima de la chica y amenazaba con mancillarla si Clarisa no hubiese llegado a tiempo. Corrió y corrió y como pudo tomó con fuerza la botella vacía de vino y golpeó la cabeza del hombre. La chica que yacía debajo, desesperadamente se escapó del agarre del hombre y salió a correr con Clarisa.
Ambas se acompañaron por un tramo hasta que pudieron encontrar la estación de policía más cercana para contar los hechos. Fue una noche larga, llena de papeleos y declaraciones. Al final del proceso, la chica y Clarisa intercambiaron números y cada quien regresó a su casa. Clarisa cayó como piedra en su cama. Al día siguiente, todo parecía borroso, Clarisa se preguntaba si todo habría sido un sueño disparatado, sin embargo, los mensajes de texto de agradecimiento de Ana (la chica) refutaban su impresión. Que extraño, después de todo, había sido real y su sueño de días pasados, sin ella entenderlo, le había mostrado la figura del hombre que marcaría esa fatídica noche.
Los días pasaron y Ana visitaba con frecuencia a Clarisa, no es inusual que dos personas se unan fuertemente al haber experimentado un evento traumático. Cuando las dos tuvieron la oportunidad de conversar acerca de los hechos, Ana le comentó que no era la primera vez que ella había visto a este hombre. De hecho, era un cliente usual en la hamburguesería donde trabajaba Ana. Siempre le dio la impresión de que era un poco extraño, pero nunca pensó que él la seguiría o que quisiera hacer algo con ella.
Una vez la policía capturó al sujeto, este fue interrogado, y su casa fue requisada, en ella encontraron sogas, cinta y muchos videos snuff. Parecía que este intento de homicidio había sido premeditado, y el hombre había planeado por mucho tiempo la manera en la que mataría a Ana. Había estudiado sus horarios, los patrones que tomaba al regresar a casa, si la acompañaban de noche o no.
Todo parecía indicar que esa noche Ana moriría, sin embargo, nadie pudo explicar la presencia inesperada de Clarisa y ella no quería contarles acerca de su sueño para no parecer una loca. Es común que las cosas aparentemente paranormales sean descartadas y encasilladas como imaginaciones desbordadas de una persona inestable. Así que Clarisa se limitó a decirles que simplemente había sido una casualidad, que ella tenía insomnio y había decidido ir a comprar un poco de vino para pasar la noche cuando se encontró al hombre abalanzándose sobre Ana.
Clarisa guardó el secreto de lo que realmente había sucedido por mucho tiempo, hasta que una noche después de muchos años de cimentar su amistad con Ana, terminó contándole todo lo que realmente había pasado. Curiosamente, ella nunca más volvió a tener sueños premonitorios, no obstante, sabía y se sentía muy feliz de que al menos esa noche, ella había podido cambiar el destino y salvar a quien se convertiría en su mejor amiga por el resto de su vida.
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