Por Iván Reugedub
Pobre caminante, desterrado de tu paraíso, perdido, solo con tu alma caminas en el desierto esperando reencontrar aquel fuego que te salvó de tu pantano.
Ves pasar cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día lejos de tu hogar.
Sientes en tu febril desilusión tu resollar ardiente, tus dolores, la presión de tu sien y en tu corazón las dagas clavadas.
Cruzas, de cuando en cuando, oasis que te devuelven por efímeros segundos la sonrisa. Mas, luego te recuerdan aquello que no sabes encontrar.
¡Oh pobre condenado! Miras tus manos y en ellas descubres, con horror, la sombra de la sangre que yace en ellas, pero no recuerdas si era la tuya o la de tu amada y comienzan de nuevo en tu mente aquellos versos que se han vuelto como tu respiración, parte inconsciente de ti:
En los vestigios de un edificio
Desearía al claro de la luna,
Redescubrirte en el bullicio,
Iluminada por la albura.
En las sombras del frío exilio,
Perdido vacilo y desespero
Queriendo apagar este martirio.
Y descubro en mi cruel reflejo...
Aquel esperpento tan añejo,
Que hizo que me vuelva huraño,
Que nos hizo fatídico daño...
Haciendo pedazos nuestro vuelo.
Anhelo oír tu respiración,
acoplarme en eterna canción.
Sentirme completamente entero
Sabiendo que tendremos un cielo.
El descubrir caer la vieja máscara.
acariciar tu inefable rostro
sentir que no soy aquel monstruo
Ver que mis manos ya no son garras.
Hallar en lo hondo de tu mirada
Esa laguna de jade ansiada,
Que hoy tenuemente me vislumbra
en la soledad que apesadumbra.
Por el anhelo soy caminante, Y por mis recuerdos querellante...
Seguiré, hasta, por el desierto,
Encontrar oasis que me sea aserto...
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